lunes, 29 de febrero de 2016

¿Qué es un año bisiesto?

Como no, para este día 29 de febrero teníamos que hablar de la existencia de este día que solamente ocurre cada 4 años.

¿El motivo? Porque la Tierra tarda algo más de 365 días en dar la vuelta alrededor del sol, exactamente  365 días, 5 horas, 48 minutos y 56 segundos, que redondeando podremos decir que tarda 265 días y 6 horas.




Por ello como cada año existe una descompensación de 6 horas que se van acumulando, si recordamos que 6 x 4 = 24 veremos que si cada 4 años se añade un día (Y para mayor facilidad se añade a febrero) esa descompensación se anula. 

Por ello, cada cuatro años se suma un día al mes de febrero y pasa a tener 29 y el año se llama "año bisiesto" al tener 366 días en total.

(Luego también existe una serie de variables para ajustar ese redondeo que hicimos..)




domingo, 28 de febrero de 2016

10 películas para trabajar la Interculturalidad


La interculturalidad se basa en el respeto al otro, la tolerancia hacia lo diferente y el reconocimiento de los derechos de los demás, ¡y por eso es tan necesaria! En una sociedad cada vez más globalizada, pero que aún no ha superado algunas de las ideas nocivas que potencian la intolerancia entre razas y culturas, es imprescindible que se trate este tema en las aulas. ¿Quieres algunas ideas para hacerlo?


Para plantear el debate en clase, una buena manera de empezar es con el visionado total o parcial de alguna película o documental que trate el tema. Historias que hablan de racismo, intolerancia y marginación; o que permiten que los estudiantes conozcan otras realidades y puntos de vista a través de la pantalla. ¡Toma nota!

Para los más pequeños (de 6 a 11 años)

Camino a la escuela: Patrocinada por la UNESCO y con el apoyo de UNICEF, esta película trata la heroicidad de cuatro niños de distintos países: Samuel de la India, Carlitos de Argentina, Jackson de Kenia y Zahira de Marruecos. Cuatro grandes historias sobre las adversidades que diariamente deben afrontar para poder llegar a la escuela y que serán de gran ayuda para conocer otras formas de vivir que se dan a lo largo y ancho del planeta.

Kirikú y la bruja: Basado en un cuento popular africano, este film de animación cuenta la increíble aventura de Kirikú, un niño muy especial que se enfrenta a la bruja Karaba huyendo de la violencia y utilizando su ingenio con el objetivo de derrotar la maldición que acecha a su pueblo. Dirigida por Michel Ocelot, su banda sonora fue compuesta por el senegalés Youssou N’Dour.

El viaje de Saïd: Un cortometraje de animación en plastilina, imprescindible y reflexivo, que cuenta la historia de Saïd, un niño marroquí que se lanza al mar en busca de una vida mejor. Sin embargo, al llegar a la península, nada es tan bonito como parecía. Ganador del Goya 2007 al Mejor Cortometraje de animación.

Para los más mayores (a partir de 12 años)

Rastros de Sándalo: Después de la muerte de su madre, Mina tuvo que separarse de su hermana pequeña Sita. Treinta años después y tras convertirse en una actriz india de éxito, Mina llegará a Barcelona en su busca. Un film basado en el libro de Asha Miró y Anna Soler-Pont sobre la esperanza, el descubrimiento y la interculturalidad de un mundo globalizado.

Promises: ¿Se basa el odio en la ignorancia, en el desconocimiento del “otro”? Un imprescindible documental para aproximarse al conflicto palestino-israelí a través de la mirada de siete niños y niñas de ambos territorios. A pesar de vivir a 20 minutos de distancia, no saben nada los unos de los otros, sólo lo que les han transmitido sus mayores. ¡Una historia llena de esperanza!

Hatred (Odio): La cineasta Mitzi Goldman dirige este documental con el objetivo de indagar en el odio, en sus causas y motivaciones, analizando este sentimiento tan extendido que a veces parece incluso formar parte de la naturaleza humana. El film se centra especialmente en Entender las vinculaciones entre los sentimientos individuales y los conflictos colectivos¡Imprescindible!

This is England: Una película para mayores de 13 años ambientada en la Inglaterra de principios de los ochenta y que trata la historia de un grupo de jóvenes skinheads. El protagonista es Shaun, un niño solitario que durante las vacaciones conoce a un grupo de cabezas rapadas locales donde encuentra apoyo y aceptación. Interesante para tratar, además del racismo y la violencia, la presión del grupo en la adolescencia.

Criadas y señoras: Skeeter regresa de la universidad decidida a convertirse en una buena escritora. Su objetivo consiste en entrevistar a las criadas que durante años han estado al servicio de las familias adineradas del Mississippi de los años 60, sufriendo una gran discriminación racial. Una historia basada en el libro The help, y que trata los conflictos raciales con humor y ternura.

American History X: Todo un clásico cuando queremos tratar temas de neonazismo y violencia racial. Una película que deja sin palabras al espectador, y que permitirá que tus estudiantes se planteen muchas preguntas. ¿Dónde nace el odio y el racismo? ¿Y cómo se transmite? No recomendada para menores de 13 años.

14 Kilómetros: Una película galardonada con la Espiga de Oro 2007 que cuenta la emotiva historia de Violeta, Buba y Mukela, tres jóvenes africanos y su peligroso viaje hasta llegar a Europa por el estrecho de Gibraltar. Dificultades, culturas, peligros y esperanza para hablar de inmigración desde otro punto de vista.

viernes, 26 de febrero de 2016

Los niños y las tecnologías




"Los niños deben pasar sus 6 primeros años sin tecnología"


El psicoterapeuta Álvaro Bilbao advierte de que primero hay que enseñar al cerebro "a pensar"



 El neuropsicólogo y psicoterapeuta Álvaro Bilbao.

Hoy en día es difícil mantener alejados a los más pequeños de las tecnólogias. Móviles, tabletas... los niños viven rodeados de dispositivos tecnológicos de última generación. La pregunta que se hacen muchos padres es cuál es la edad adecuada para que empiecen a utilizarlos. Álvaro Bilbao, un reconocido neuropsicólogo y psicoterapeuta que ha dedicado su vida a investigar las claves del cuidado del cerebro, aboga por retrasar el uso de las nuevas tecnologías porque primero hay que enseñar al cerebro "a pensar, a estar atento, a imaginar".

-¿Cómo influyen las nuevas tecnologías en el desarrollo del cerebro de los niños?

-Lo primero que siempre digo es que las nuevas tecnologías son positivas para la sociedad y algo importante. Sin embargo, en el cerebro en desarrollo de los niños, y sobre todo de los más pequeños, están saliendo investigaciones que hablan de que su efecto puede ser negativo.

-¿En qué sentido?

-En primer lugar pueden reducir su capacidad de tener autocontrol. Las nuevas tecnologías, los videojuegos sobre todo o estar mirando cosas en Internet continuamente, hacen que el niño esté constantemente estimulado y tiene menos oportunidad de ejercer autocontrol, porque todo el control lo lleva la máquina. Otro efecto es que si los estímulos a los que está expuesto son muy intensos, muy rápidos, como en los videojuegos, el niño puede perder el interés por cosas que son un poco más lentas o menos intensas, como la maestra, la pizarra, un libro o jugar en la calle con los amigos; el niño se acostumbra a tener estímulos muy rápidos y cuando bajan de velocidad se empieza a aburrir.

-¿Hasta qué edad cree que los niños deberían estar alejados de móviles, tabletas u ordenadores?

-Sin lugar a dudas, y de acuerdo con la Sociedad Americana de Pediatría y la Clínica Mayo, hasta los tres años no deberían estar en contacto con estas tecnologías en ningún momento. Esa imagen que tenemos de un niño de un año o dos que no sabe hablar y que casi no anda pero que empieza a pasar el dedo por la tableta deberíamos borrarla de nuestra cultura porque los padres que tienen en mente que es positivo y muy beneficioso están muy equivocados; sabemos que es precisamente lo contrario.

-¿Y a partir de ahí?

-Yo voy un poco más allá. Creo que es importante que los niños pasen los seis primeros años de su vida sin tecnología porque es una edad muy importante en el desarrollo de la imaginación, que si no se desarrolla en esos años, luego cuesta mucho. Cuanto más tiempo pasan jugando a lo que llamamos el juego libre –que no va de la mano de otra persona o de un dispositivo o tecnología– mucho más desarrollan la imaginación. El aburrimiento es la madre de la imaginación y si el niño está constantemente entretenido no tiene tiempo para aburrirse ni para imaginarse o crear sus propios mundos donde jugar.

-¿Pero hoy en día es posible mantener a los niños lejos de la tecnología?

-Sí. Yo doy charlas en muchos sitios y hay muchos padres que desde hace tiempo lo tienen claro. A ver, es importante equilibrar. Yo no digo que vayas de vacaciones con el niño, hagas una foto con el móvil y por la noche no se la puedas enseñar, eso es ridículo, porque es bueno que vean fotos, les ayuda a construir su memoria. De la misma manera que es normal que le pongamos al teléfono a la abuela. Pero sí deberíamos limitar todo lo posible esos tiempos que el niño está tumbado en el sofá pasando el dedo por delante de la pantalla. Y se consigue con una palabra mágica que es ´no´.

-Esto va en contra de lo que se vende actualmente que los niños de hoy son nativos digitales...

-Esa frase en el fondo es un mito porque el mundo digital no es un idioma en sí mismo. Cuando el niño juega con un dispositivo no está activando las zonas del cerebro que tienen que ver con el lenguaje sino con el movimiento de la mano y la visión. Sí que es positivo enseñar programación, el tema de robótica, porque sí estamos enseñando a los niños ese lenguaje y estamos ayudándoles a pensar en otro idioma distinto. Pero que esté sentado jugando a un videojuego no quiere decir que sea nativo digital; a una señora de 70 años le das un iPad y en dos o tres días es capaz de enviar correos, whatsapps y buscar cosas en Internet porque es sencillo e intuitivo.

-¿Y que los niños demanden la tecnología desde muy temprano se debe a que es lo que ven en sus casas, en sus padres?

-Sí. Los niños tienen desarrolladas una serie de neuronas que se llaman neuronas espejo y lo que hacen es imitar todo lo que ven en los padres. Cuanto más tiempo pasan los padres delante del iPad es más fácil que el niño intente jugar con esa tecnología. También lo demandan mucho porque sus amigos lo tienen y porque es un estímulo muy interesante para ellos. Es como la Coca Cola: si se las das a un niño de tres años te pedirá al día siguiente y al otro, porque tiene mucha azúcar, cafeína, que le estimula y le encanta; pero que le encante no quiere decir que se la tengamos que dar todos los días porque es muy perjudicial para él.

-¿Pero existe alguna ventaja en el uso de las nuevas tecnologías en niños pequeños?

-No. Hay estudios que dicen que puede aumentar la velocidad de procesamiento, hacer que tenga una atención más rápida, pero son pocos, y hay tantos que van en dirección contraria de estos... Además, que tengan una atención más rápida no es necesariamente bueno: para ser pilotos de combate eso puede ser beneficioso, pero hoy en día lo que piden a los ejecutivos, a las personas mayores, es tener una atención más calmada, que te permita estar concentrado más tiempo. Y tener una atención más rápida también implica que el niño no sea capaz de esperar el tiempo suficiente para que aparezcan los estímulos que interesan.

-Pese a todo esto está de moda introducir pronto la tecnología en las escuelas con ordenadores, pizarras digitales. ¿Es acertado?

-Es distinto usar las nuevas tecnologías como soporte educativo a que el niño esté en casa sentado en el sofá. Yo defiendo que el niño no debe pasar la tarde en el sofá usando el iPad, que es mejor que esté aburriéndose, pintando, haciendo cosas que salgan de su cabeza, y no del ordenador. Aun así, hay estudios que dicen que un niño aprenderá matemáticas mucho antes jugando con unas cuentas, con garbanzos, que utilizando programas de ordenador que están diseñados para que aprenda.

-¿Por qué?

-Porque el cerebro une mucho la parte física y la parte cognitiva. Es decir, que maneja las dos partes y la del razonamiento está estrechamente ligada a la parte de la movilidad de la mano. Entonces, si el niño no tiene que hacer un movimiento de contar, de tocar, físicamente, es más difícil que aprenda todas estas cosas. Yo soy partidario de una metodología basada en el contacto físico con objetos, sobre todo los primeros años, como Montessori, a otra con el mejor dispositivo programado para estudiar matemáticas. Luego, más adelante, es maravilloso que estén en clase y que puedan estudiar por proyectos, hacer un trabajo sobre el descubrimiento de América y sean capaces de mirar en Internet.

-Precisamente hace unas semanas una noticia explicaba que la mayoría de los hijos de empleados de grandes empresas tecnológicas de Silicon Valley estudian en colegios sin ordenadores ni dispositivos electrónicos.

-Estos directivos llevan a sus niños a un colegio tipo Waldorf, donde no hay dispositivos electrónicos y aprenden todo de forma más tradicional. Es que con el hecho, por ejemplo, de algo tan sencillo como estar sentado a la mesa y no levantarte hasta que no terminas de comer se está cultivando la tolerancia a la frustración, el autocontrol, que es una de las capacidades cerebrales que más influye en determinada nota de Selectividad que sacará el niño 15 años más tarde. O sea que fíjate si esas cosas tradicionales son importantes. Ahora las estamos volviendo a poner en valor, pero durante mucho tiempo se ha pensado que ir más deprisa, que el niño aprenda a hablar siete idiomas con cinco años, es más beneficioso. Ahora sabemos que tienen que respetarse una serie de pasos.

-¿Y no es desaprovechar el potencial de la tecnología el introducirla más tarde?

-Desde mi punto de vista no, porque primero tenemos que enseñar al cerebro a pensar, a estar atento, a imaginar, y luego ya le podemos enseñar a dominar las herramientas que tiene a su disposición. Si introducimos las tecnologías demasiado pronto, el niño conseguirá conectar con ellas de una forma muy rápida pero se desconectará de otras cosas más importantes para su desarrollo.

-¿Qué claves daría a los padres para ayudar a desarrollar el potencial cerebral de sus hijos?

-Ir poco a poco, ayudar al cerebro a madurar a su propio ritmo y saber que su hijo dará los frutos en el momento que los tenga que dar.
Y algo muy importante que tienen que hacer cuando estén con los niños, independientemente de que les dejen la tableta a los tres, cuatro o cinco años, es enseñarles a tener autocontrol, tiempos limitados, para que cuando digan ´hasta aquí´, el niño sea capaz de soltarla sin gritar ni enfadarse. En eso los dispositivos electrónicos pueden ayudar. De hecho hay autores que dicen que es mejor que el niño empiece a utilizarlos a los tres años con reglas muy claras, entrenando el autocontrol, a que empiece con ocho o diez años y comenzar a entrenarlo ahí.

-Pero ese fijar tiempos se complica si los padres utilizan las tecnologías para que los niños estén entretenidos mientras ellos se ocupan de otras cosas...

-Efectivamente. Los dispositivos no solo son un refuerzo para los niños, sino un refuerzo enorme para los padres, porque los niños demandan en muchos momentos atención, cariño, que les hablemos... Como cuando hacemos un viaje largo en coche, ponen la televisión atrás y así el niño va tranquilo y el padre, relajado. Es importante también que el niño experimente la frustración, aprenda a dominarla, a aburrirse y a esperar que pase ese momento.

-Los padres se apoyan en esto...

-Es un refuerzo para los padres y esto es una de las cosas que ha hecho que la tecnología sea tan popular y esté tan extendido que los niños estén todo el día enchufados. Muchos padres se engañan porque dicen: ´No, yo dejo a mi hijo media hora´, y en realidad están conectados no solo a la tableta, teléfono móvil o videojuegos, sino a la televisión también dos o tres horas al día. Y sabemos que eso está relacionado con más probabilidades de tener déficit de atención, obesidad infantil, depresión infantil, problemas de conducta, y con más prevalencia de fracaso escolar.

jueves, 25 de febrero de 2016

10 películas para trabajar la solidaridad







A continuación te recomendamos algunas películas que pueden ser muy interesantes para reflexionar sobre la solidaridad y trabajar este valor en el aula. ¡Toma nota!

Para los más pequeños (de 6 a 12 años)

Bichos: A veces los más pequeños son los que tienen el corazón más grande, como nos enseñan los protagonistas de esta película. Inspirada en la conocida fábula de la cigarra y la hormiga, “Bichos” captará el interés de los más pequeños mientras aprenden una importante lección.

Buscando a Nemo: La cooperación y la solidaridad con los demás son valores necesarios a la hora de conseguir grandes retos. Una genial película cargada de mensaje, y cuyos personajes secundarios son tan especiales que te costarán de olvidar.

Pérez, el ratoncito de tus sueños: Lucía vive con sus padres en un barrio tranquilo. La noche que Lucía pierde su primer diente, el Ratoncito Pérez no llega a dejarle la moneda. Lucía se preocupa y siente que algo malo le ha sucedido a Pérez, por lo que decide emprender la búsqueda de Pérez ayudada por su primo Ramiro.

Kirikou y las bestias salvajes: Son muchos los valores que se pueden trabajar mediante esta preciosa historia, desde la solidaridad hasta el refuerzo de la autoestima como resultado de la determinación y las acciones propias. ¿Quieres conocer a Kirikou, el más pequeño y valiente de los héroes?

Para los más mayores (de 12 a 16 años)

Cadena de favores: ¿Qué posibilidades tenemos de actuar sobre el medio en que vivimos?, ¿ser ciudadanos sólo nos da ciertos beneficios o nos responsabiliza sobre lo que ocurre a nuestro alrededor? Esta película nos plantea complejas preguntas como éstas. Interesante, ¿verdad?

Gandhi: Esta película presenta la biografía del líder político y espiritual de la India, conocido por utilizar la no-violencia y la desobediencia civil. No obstante, el film dura tres horas, por lo que es recomendable seleccionar únicamente algunos fragmentos.

Patch Adams: Basada en la vida real de Hunter Patch Adams, un médico estadounidense que revolucionó el egoísta y despiadado sistema médico basado en las compañías de seguros que impera en EE UU. Para el protagonista, la felicidad puede curarlo absolutamente todo. ¿Te la vas a perder?

Amélie: Una originalísima y bella historia que no dejará indiferente a nadie. Además, permite trabajar diferentes aspectos y valores, como la autoestima o la solidaridad y el apoyo entre personas.

Oliver Twist: La famosa historia de Dickens vista a través de los ojos del cineasta Roman Polanski, toda una obra que merece la pena ver. La película transmite ciertos valores de la época, lo que nos permite centrar el debate en la permanencia o no de éstos en la sociedad actual.

Hotel Rwanda: Basada en un hecho real, está ambientada en la guerra civil entre los hutus y la minoría tutsi, centrándose en las peripecias de Paul Rusesabagina, hutu casado con una tutsi, que trabaja como gerente en el Hotel Milles Collines en Kigali, un hotel belga de lujo.

miércoles, 24 de febrero de 2016

Fichas Atención a la Diversidad Matemáticas

Dejo aquí un enlace para descargar las fichas de "Atención a la Diversidad" del área de Matemáticas de una editorial para el primer curso de Educación Primaria.

materoy

martes, 23 de febrero de 2016

Metros y centímetros


medidas



Dentro de las matemáticas los niños y niñas aprenden a saber lo que es medir y el porqué medir así como a conocer las diferentes unidades de medida, entre ellas el centímetro y el metro.

Aquí os dejo un enlace donde se puede descargar un PDF de actividades para aprender paso a paso en los niveles iniciales estas unidades de medida. 

domingo, 21 de febrero de 2016

Siete claves para fomentar la inteligencia de nuestros hijos


Siete claves para fomentar la inteligencia de nuestros hijos

Si viviéramos en Estados Unidos, cuando naciera nuestro primer hijo, ya estaríamos pensando en ahorrar para pagar su universidad. De momento, en España, aunque los gastos han aumentado mucho, no llegamos a ese extremo, pero sí que es cierto que nos esmeramos en conseguir que nuestro hijo tenga la mejor educación para que esté preparado para el futuro. Fomentar su ‘inteligencia’ con clases de inglés, cursos en el extranjero o profesores particulares. Sin embargo, olvidamos que lo más importante para que nuestro hijo desarrolle su inteligencia no requiere de nuestro dinero, sino de nuestro tiempo.
Según el profesor José Carlos Aranda, autor del método Inteligencia Natural: “El 85 % de la precorteza cerebral, la que usamos para pensar y reflexionar, se desarrolla durante los tres primeros años. Es un periodo crucial en el crecimiento”. Quizás este dato nos lleve a pensar que cuando nuestro hijo nazca, más que abrirle una cuenta corriente, podríamos empezar a hacer un plan con todo lo que podemos hacer para fomentar su capacidad intelectual. Sin embargo, si hay algo que matizar en este aspecto, es que no se trata tanto de que nuestro hijo aprenda todo lo posible en este periodo, sino de adaptarnos a su propio desarrollo. “Un ejemplo clarificador es el del niño que está aprendiendo a caminar. Hasta que sus huesos no son lo suficientemente sólidos y sus músculos lo suficientemente fuertes, el niño no caminará. Si tratamos de forzarlo lo único que conseguiremos es lesionarlo”, matiza el profesor Aranda, que insiste en que “lo que sí podemos y debemos hacer es fomentar su autonomía, dejarlo en el suelo y que él a su ritmo vaya conquistando día a día pequeñas metas”. Teniendo este concepto claro, los expertos sí que apuntan a que hay ciertas cosas que pueden contribuir al desarrollo intelectual de nuestros hijos:
1) Buscar los estímulos adecuados
La siguiente idea que destaca el profesor Aranda es que si queremos potenciar la inteligencia de nuestro hijo, no hay mejor forma que poner a su alcance estímulos que puedan lograr ese objetivo.  Así, cita algunos estímulos enriquecedores como lecturas, música, contacto con la naturaleza, paseos, museos, bailes o deportes “que nos permitan observar sus tendencias, preferencias y gustos”. Porque también se trata de eso, de buscar qué es lo que más favorece el desarrollo de nuestro hijo, y no empeñarnos en fomentar habilidades que no tiene. “Hay que potenciar sus capacidades, no de tratar que sea alguien distinto de sí mismo”.  Para ello el mejor método, según el experto es “fomentar la autoestima a partir del cariño, del amor incondicional, de un ambiente tranquilo y equilibrado. Eso le proporcionará la tranquilidad necesaria para que su mente se ocupe de explorar y aprender”.
2) Pasar tiempo en familia
Si vamos a fomentar que nuestro hijo esté en contacto con diferentes estímulos, no podemos dejar que lo haga a solas. La idea, por tanto, es aprovechar para pasar ratos de ocio, que sean de calidad, en familia.  Más concretamente, José Carlos Aranda hace referencia a “la necesidad de recuperar  la convivencia familiar sin la televisión encendida, ni móviles, ni tabletas”, por lo que propone sustituir estos estímulos externos “con la risa y el buen humor como fondo. Es una experiencia maravillosa e insustituible. Hemos de pensar que el aprovechamiento académico está muy relacionado con la capacidad de enfocar intencionadamente la atención y mantenerla en un contexto social. Esas habilidades son imprescindibles”.
 3) Leerle cuentos
Después de pasar el día juntos, y antes de que seamos los padres los que tengamos nuestro momento de descanso frente a la televisión, otra cosa que hemos dejado de hacer es la de leerles cuentos a nuestros hijos.  Un gran error, sobre todo si tenemos en cuenta todo lo que les aportan. Como explica el profesor, “la narración es la forma natural en que el cerebro procesa la información”. De esta forma, el cuento no es solo una historia sino  “un acto de comunicación en el que existe un guía -el cuentacuentos-, que interpreta la historia. No solo narra los hechos, sino que muestra al niño cómo debe reaccionar ante los acontecimientos que van sucediendo: sorpresa, miedo, seducción, angustia, curiosidad, alarma… El cuentacuentos es un auténtico transmisor de claves emocionales a través de la gesticulación y la modulación de voz”.
4) Cuidar nuestro lenguaje no verbal
Dicen que la cara es el espejo del alma, y por eso muchas veces, por mucho que nos empeñemos en que nuestro hijo capte un mensaje como “no estoy enfadado”, si nuestra cara dice otra cosa, nos será difícil convencerles. Hay que tener en cuenta que  “el lenguaje no verbal es el principal lenguaje que utilizamos para educar. Más del 80 % de la información la procesamos a partir de lo que observamos inconscientemente. El mensaje verbal solo influye en un 20 %.”, según Aranda.  Es por ello que tenemos que cuidar no solo lo que les decimos, sino también lo que les expresamos. “Comunicamos a través del calor del contacto que abraza, de la sonrisa, de la mirada. El niño observa permanentemente y elabora categorías a partir de lo observado.”
 5) Elegir bien sus juguetes
Miriam Gómez, pedagoga en el centro PIMILE expone por su parte que los juguetes que compremos a nuestros hijos tendrán un importante papel en su desarrollo. Más allá del debate sobre los juguetes sexistas, la pedagoga explica que “muchas veces los niños y niñas se encaprichan de juguetes que no potencian su imaginación y en nuestro trabajo nos encontramos con que no saben jugar solos/as, o si son materiales con múltiples opciones no se entretienen con ellos”. Por ello recuerda que “existen muchos juguetes que potencian la lógica, el lenguaje, habilidades cognitivas (como la memoria, la atención o el razonamiento) que son magníficos para un desarrollo intelectual óptimo de las personas. Por ejemplo: dados con diferentes elementos que  sirven para contar e inventar historias en equipo, los juegos de varios jugadores que  son más estimulantes, las marionetas y títeres que fomentan diferentes habilidades sociales, afectivas y comunicativas, juegos que potencien la psicomotricidad (túneles, colchonetas,  pelotas, aros, combas, etc.” Incluso a veces salir al parque puede ser más estimulante que una habitación llena de cosas.
6) Hablar con ellos
Nuestros hijos tienen su propio mundo interior, sus propios conflictos, necesidades, miedos y si queremos saber de ellos, la mejor herramienta es la que utilizaríamos con cualquier adulto: Hablar con ellos. “Puede parecer algo obvio, pero la rutina del día a día, el estrés, las actividades extraescolares y los ritmos de hoy hacen que, en ocasiones, las familias nos olvidemos de hablar con los más pequeños. Hablar entendido como escuchar y contar: cómo ha ido el día, qué hemos hecho, lo peor y lo mejor que nos ha pasado, cómo nos hemos sentido, etc.” En este sentido, desde PIMILE aportan que “las cenas son un buen momento para compartir las vivencias. Los niños y niñas aprenden mejor por imitación, es fundamental que les demos modelos para que se comuniquen”, es decir, que no solo basta con preguntarles a ellos, sino que también, observen que nos preguntamos entre nosotros.
7) Dar responsabilidades en el hogar
Otra de esas cosas que parecen obvias y que no lo son tanto. El desarrollo del niño no solo se centra en sus capacidades afectivas, culturales y educativas, sino también en enseñarle a cómo desenvolverse en el día a día. Eso también incluye el cuidado de la casa, algo que debe ser compartido por toda la familia. “Ayudar en las tareas de casa, contribuye a que sepan cuáles son sus obligaciones, a determinar su rol familiar, favorecen la autoestima ya que se sienten útiles y ayuda a aprender a clasificar, ordenar y planificar aspectos domésticos que irán ganando en complejidad a lo largo de su vida”, concluye Miriam González.

sábado, 20 de febrero de 2016

Cuaderno de expresión escrita

Fantástico cuaderno para trabajar la expresión escrita del  Colegio Juan Hidalgo – Los palacios que incluye  LA DESCRIPCIÓN, EL DIÁLOGO, LA NARRACIÓN,  ACTIVIDADES DE E. ESCRITA, RASGOS FÍSICOS y RASGOS DE CARÁCTER.
La expresión escrita es una de las denominadas destrezas lingüísticas, la que se refiere a la producción del lenguaje escrito. La expresión escrita se sirve primordialmente del lenguaje verbal, pero contiene también elementos no verbales, tales como mapas, gráficos, fórmulas matemáticas, etc. Una de las funciones de la lengua escrita es dejar constancia de hechos que han ocurrido, p. ej., la historia de un pueblo; o bien no olvidar hechos que van a ocurrir, p. ej., el cumpleaños de un amigo.
Para las comunidades de cazadores y recolectores basta con la lengua oral. Por el contrario, con la práctica de la agricul­tu­ra, nacen una serie de fenómenos —el aumento de la población, la división del trabajo, el comercio de artículos, la aparición del concepto herencia, etc.— que propician la gestación de la lengua escrita. Ciertamente, los primeros usos de la lengua escrita corresponden a facturas, recibos, listados de contribuyentes, inventarios de propiedades, leyes, registros astronómicos y calendarios. Poste­riormente, también recurren a la lengua escrita la literatura, la religión y la oratoria.

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jueves, 18 de febrero de 2016

Cuidar a los hijos, sí, pero menos

  • La hiperpaternidad se ha convertido en un modelo educativo habitual en las sociedades más acomodadas. Sin embargo, son muchos los expertos que creen que es necesario estar menos pendientes de los hijos, por su propio bien

Cuidar a los hijos, sí, pero menos
Hubo un tiempo, no demasiado lejano, en el que a los niños no se les hacía demasiado caso. Sin ir muy lejos, la abuela de quien escribe, cuando un nieto o nieta se ponían pesaditos, recomendaba actuar ante ellos: “Como si fueran muebles”. Una mesa, una silla o un armario. Ignorarlos hasta que se les pasara la rabieta o dejaran de dar a lata. El “ya encontrarás algo para hacer” era asimismo otra respuesta habitual al clásico “me aburro”. Se consideraba que el distraerse era tarea de los niños, no de los padres, y que uno era capaz de hacerlo solo.
El escritor inglés D.H. Lawrence (1885-1930) también creía que no hacerles mucho caso a los críos era lo más conveniente para su bienestar. Sus tres reglas para empezar a educarlos (“dejarlos en paz, dejarlos en paz y dejarlos en paz”), lo atestiguan. Es una faceta de la respetada educación inglesa, que ha tenido como una de sus bases un cierto desapego con los hijos (no en vano son los inventores de las nannies y de los internados). También lo era el no comentar en público las virtudes de un retoño, lo que se consideraba totalmente inadecuado. Algo similar, aunque pasado por el tamiz más cálido del Mediterráneo, sucedía aquí: si en una reunión social alguien preguntaba por los niños, estos estaban “bien” o “muy bien” y punto. También, hasta no hace mucho, los niños tenían tardes libres y agendas con espacios en blanco y con un vago “iros a jugar por ahí” se resolvían muchos sábados y domingos.
“La frase de ‘hacer como si fueran muebles’ era habitual durante mi infancia”, recuerda Antonio, un barcelonés de 66 años, abuelo de seis nietos. “Y cuando mis hermanos y yo tuvimos hijos pequeños, la utilizábamos de vez en cuando… En vez de mimarlos y consentirlos, como se hace ahora, se optaba por no hacerles tanto caso a los niños, que se distrajesen solos. No iba tan mal: considero que ahora se les prestademasiada atención”.
No es el único. Cada vez son más los expertos en educación que creen que se ha evolucionado del modelo mueble al modelo altar demasiado rápido. En pocos años, los hijos han pasado a convertirse en el centro de la familia y, a menudo, alrededor suyo orbitan los progenitores, dispuestos a ejercer, con la mejor de las intenciones, de superpadres. Su misión es darles el máximo posible a su prole: la mejor educación, las mejores extraescolares, el mayor número de experiencias, viajes, espectáculos, actividades lúdicas y entretenimientos varios. El objetivo: que estén sobradamente preparados para un futuro que, dada tanta inversión de tiempo, dinero y esfuerzo, tiene que ser brillante.
Como tantas otras cosas, este modelo de paternidad a tope o hiperpaternidad, se origina en EE.UU. De este país procede también la psicóloga Madeline Levine, en cuyo libro El precio del privilegio (Miguel Ángel Porrúa editor), empezó a tocar la cuestión de los niños hiperpaternizados. Su último trabajo, Teach your children well (Enseñe bien a sus hijos) ya se centra en los excesos cometidos y llega a la contundente conclusión de que la actual versión norteamericana de lo que supone el éxito es “un fracaso”.
Levine lleva 30 años tratando a adolescentes en una de las zonas más ricas de San Francisco. Su experiencia le dice que el modelo de crianza basado en una constante atención y grandes expectativas por lo que los hijos hacen, estudian, llevan, tienen o logran, no funciona. En una cultura tan competitiva como la estadounidense, la paternidad se convierte en una especie de carrera sin descanso, cuya meta es lograr que el hijo o la hijatriunfen. Los hiperpadres, destaca Levine, se dan especialmente en las clases más acomodadas y suelen tener un plan trazado para sus retoños desde la cuna. La atención podría acabar cuando los hijos ingresan en la universidad de élite, la soñada por los progenitores, pero incluso en estos lugares que antes solían estar poblados de jóvenes independientes, han entrado los hiperpadres. En los campus norteamericanos cada vez son más comunes los papás y mamás que acompañan a sus hijos a las entrevistas con los profesores o que se ocupan de su intendencia diaria.
Así, después de muchos años escuchando en su consulta a chicos y chicas que objetivamente lo tienen todo, pero que se sienten frustrados e infelices e instan a sus padres “a tener una vida” fuera de la suya, Levine se ha convertido en una de las abanderadas del underparenting, que reivindicaejercer de padres de forma menos intensa, cambiando las prioridades. “En la paternidad se llega a un punto en el cual debemos decidir si mantener el statu quo, el modelo vigente, o, con nueva información, elegir otra vía”, escribe. Para ella, el escoger la otra vía es algo urgente porque “no hay duda de que nuestros hijos están viviendo un mundo que no sólo no es consciente de sus necesidades sino que, de hecho, los está dañando”.
La hiperpaternidad tiene distintas formas y grados, aunque el fondo (los hijos como el eje sobre el que giran las vidas de los padres), es el mismo. Encontraríamos figuras como la de los padres-helicóptero (sobrevolando sin descanso las vidas de sus retoños), los padres-apisonadora (quienes allanan sus caminos para que no se topen con ninguna dificultad), loschófer (que pasan los días llevando a sus hijos de extraescolar en extraescolar), los hiperprotectores (cuyo fin es evitar cualquier accidente, por lo que algo antes natural para un niño, como subirse a un árbol, resulta impensable), los muy españoles padres-bocadillo (quienes persiguen a sus hijos o hijas en el parque con la merienda en la mano) y las más novedosas madres-tigre, representadas por la china-estadounidense Amy Chua, quien dirige de forma implacable las existencias de sus dos hijas. Su sistema está descrito con todo detalles en el libro Madre tigre, hijos leones(Temas de Hoy), que se ha convertido en un desconcertante superventas.
La hiperpaternidad puede llegar a ser agotadora para los hijos, porque en general implica agendas frenéticas. También lo es para los padres y madres, porque son ellos y ellas quienes los llevan de una actividad a otra, hablan con frecuencia con sus maestros (llegando al enfrentamiento si fuera necesario), supervisan sus deberes y, a menudo, los hacen junto a ellos. Recogen sus cuartos, preparan su ropa y mochilas, meriendas, cenas y desayunos y ponen y quitan mesas (porque los niños van tan cansados que no tienen tiempo para este tipo de tareas). También son los que planifican sus agendas e, incluso, sus amistades, interviniendo ante el menor conflicto con ellas... La hiperpaternidad es un trajín que puede durar muchos años y que, en opinión de los expertos, coarta en los hijos algo tan vital como es la independencia. También impide el aprender a partir de los errores cometidos, algo clave en el desarrollo personal. Con todo esto y si los padres siempre quieren lo mejor para sus hijos, la pregunta es: ¿cómo se ha llegado hasta aquí?
“Creo que es debido a que los objetivos de los padres han evolucionado”, explica la psicóloga barcelonesa Maribel Martínez. “En tiempos de nuestros abuelos, el objetivo era que los hijos sobrevivieran a la guerra y a la posguerra, no pasaran hambre y, cuanto antes, se pusieran a trabajar para ayudar a la familia, que solía ser numerosa. En los de nuestros padres, lo que ya se quería era asegurar que sus hijos pudieran estudiar y que tuvieran mejores posibilidades laborales… En la actual generación de padres con hijos pequeños –prosigue esta experta en psicología familiar–, las prioridades son otras: que los hijos sean brillantes, triunfen y que tengan de todo. Parece que su éxito y su fracaso sean nuestros y que para ello, tengamos que ser los mejores padres del mundo”.
Martínez cree que este afán por el éxito de los hijos es el resultado de las nuevas presiones sociales. “Hay mucha competencia entre padres y muchísima información y esto crea inseguridad, pero no sólo a los padres”, matiza. “Nuestros hijos –añade– también viven con ansiedad, angustia incluso, tanta presión, tanta actividad, a todos los niveles”. Al igual que la doctora Levine, esta terapeuta cree que estar tan encima no es bueno para nadie: “La crianza empieza con los bebés quienes, obviamente, necesitan atención 24 horas… Pero los niños crecen y los padres, parece que no. Así, siguen ayudándolos a vestirse, a comer y a organizarse sus cosas. No se dan cuenta de que hay que dejarlos ir, dándoles responsabilidades, espacio propio y capacidad para tomar decisiones”.
Una de las consecuencias más comunes de la hiperpaternidad es que los niños, al estar tan estructurados y sobreestimulados ya desde pequeñitos, se aburren muy fácilmente. En un programa de la BBC sobre este tema, Lorraine Candy, directora de Elle Gran Bretaña y exhipermadre, comparó las dinámicas de sus primeros dos hijos con el tercero, a quien dejó más a su libre albedrío: “Con los dos mayores, de 9 y 8 años, fui una madre a tope, totalmente influida por las corrientes de estimulación imperantes: los ocupaba toda la semana en actividades educativas, les compraba todo tipo de baby einsteins, mozarts y similares, nos íbamos mucho de viaje, siempre arriba y abajo…”. El punto de inflexión llegó cuando, un domingo, después de haber estado dando vueltas todo el fin de semana, la familia llegó a casa agotada y el mayor, al poco de entrar, le dijo: “¿Y ahora, mamá, qué más hacemos?”. La periodista vio que algo no iba bien. “Con mi tercer hijo, que tiene cinco años, decidí bajar totalmente el ritmo. Es un niño mucho más relajado, mucho más seguro de sí mismo, juega muchísimo más solo… ¡Nada que ver!”.
Relajarse un poco es el primer paso para salir de la espiral de la hiperpaternidad. Madeline Levine, madre de tres hijos, recomienda darles a los niños “mucho tiempo de juego sin estructurar” para que, además deaprender a entretenerse, aprendan a gestionar sus horas. El juego es vital en su buen desarrollo. Irónicamente, con tanta actividad no se les da espacio para algo tan fundamental.
La facilidad para el aburrimiento, sin embargo, no es el único resultado de una atención excesiva hacia los hijos. “Pueden haber también consecuencias psicológicas importantes –advierte Maribel Martínez– porque, con tanto control y seguimiento, el mensaje que acabamos dándoles a los hijos es que ‘me pongo aquí contigo, sistemáticamente, a hacer los deberes o a organizar tus tareas, porque tú solo no puedes’. Entre líneas, se les dice que no son capaces”. Martínez insiste en que no hay que intervenir siempre en las vidas de los hijos, aunque sea con las mejores de las intenciones.
Por ejemplo, si al niño le asustan los perros, no hay que cruzar de inmediato la calle cada vez que aparezca uno de estos animales en el horizonte (“es la mejor manera de potenciar el miedo, incluso, la fobia”). Si los padres están preocupados por el tema de la comida, el seguirlos por el parque con un bocadillo en mano o estar permanentemente encima de ellos cuando comen puede acabar “con un niño agobiado que puede o dejar de comer para llamar la atención o desarrollar un trastorno alimentario”. 
Mientras algunos terapeutas anglosajones reivindican una “sana desatención”, como remedio a la hiperpaternidad, Martínez, es más partidaria de “observar sin intervenir”. “Es un concepto clave en los niños más pequeños, porque observar implica hacer activamente algo: mirar cómo tu hijo evoluciona y es capaz de superar las dificultades sin necesidad de la intervención constante de los padres”. Para ella, esta atención desde la barrera conseguirá que los niños puedan crecer, superarse y esforzarse: caerse y volverse a levantar: “Eso es lo que queremos, porque si han crecido entre algodones, si nunca han tenido que responsabilizarse de una mínima gestión de su vida, cuando llegan a la adolescencia se sienten incapaces, viven con mucho más miedo y los cambios les suponen un gran problema”.
“Los niños no quieren unos superpapis o supermamis –añade la psicóloga– sino que se les quiera y que pasemos ratos gratificantes con ellos pero, a la vez, respetemos sus espacios”.

Para ella, la clave es dejarlos más tranquilos y confiar en ellos porque, asegura, “son muy capaces” y es esa capacidad lo que hay que reforzar. “Los padres hemos de aprender a inmiscuirnos menos, dejarnos llevar un poco por nuestro instinto y observar cómo se espabilan, se desarrollan, buscan sus recursos y aprenden y, finalmente, reforzar ese esfuerzo,felicitarles. Este es el antídoto para este modelo de hiperparternidad”.

¿Somos hiperpadres?
La hiperpaternidad tiene muchos rostros, pero para la psicóloga Maribel Martínez las alarmas saltan si los padres hablan en plural refiriéndose a las actividades de sus hijos (“mañana tenemos examen de mates”, “el sábado tenemos partido”…), cuando tienden a responder por ellos (imitando, incluso, su voz) o si las agendas de los niños no tienen apenas horas libres. Otros signos de alarma son vestir o darle la comida a un niño de cuatro años; sentarse con uno de ocho a hacer los deberes, prepararle la mochila a uno de nueve, que un niño o niña de diez no sepa gestionar su agenda, con once no haya ido nunca a comprar algo como el pan, con doce no quiera salir solo a la calle o, con trece, no utilice aún el despertador.
Cuando no todo está bien
El refuerzo positivo, que se ha extendido en los últimos años, a veces se lleva demasiado lejos. Hay que tener en cuenta que adular no equivale a querer. Así, no hay que sentirse mal por decirle a un hijo que algo no lo está haciendo bien… cuando no lo está haciendo bien. Aprender a escribir bien, por ejemplo, cuesta, y si el primer día que uno hace una A sus papás ya le dicen “fantástico, estupendo…”, ¿por qué va a seguir esforzándose? Crecer creyendo que todo se hace bien no es sano porque, entre otras cosas, impide que el individuo no alcance un nivel de esfuerzo necesario para superarse.