Los padres llegan al colegio en tromba monzónica, amontonados, atropellados, unos incluso encima de otros, como la gran migración cuando cruza las aguas de chocolate con leche del Río Mara. Nadie quiere quedar el último, como si desde la puerta de casa a la de la clase mediara un torrente infestado de cocodrilos. Es curioso ese trance. De par de mañana, siempre a la misma hora, minuto arriba o abajo, recorren la ciudad poseídos por una prisa voraz y definitiva y aceleran sus todoterrenos blancos como si en las azoteas de los edificios se apostaran francotiradores. Los padres creen que conducen por una ciudad en guerra: derrapes, acelerones, bocinazos y alaridos.
Tocan el claxon constantemente y sin motivo aparente. Eso me hace sentir en El Cairo. Pasan a seis centímetros de las bicis y también adelantan en línea continua, cruzan los semáforos en ámbar lanzados sobre la barrera del sonido y aúllan a otros conductores. Aparcan en doble o triple fila en la mismísima puerta del colegio a costa de crear aquel atasco de la autopista de Basora en aquella guerra de Irak, pues los padres están dispuestos a hacer cualquier cosa con tal de que sus hijos lleguen a tiempo a clase, salvo a levantarse diez minutos antes de la cama y hacer lo mismo pero antes. O siquiera aparcar cien metros más lejos, donde siempre hay sitio, no sea que caigan unas gotas de lluvia y se les disuelva su hijo efervescente. Ni, por supuesto, ir en bici al colegio, lo que sería para ellos una temeridad y por eso hacen saltar a su prole a través de los atascos lejos de los pasos de cebras, como una familia de patos cruzando una autovía.
Después llegan al colegio en su enloquecido Jumanji y suben las escaleras en estampida, adelantando a los demás sin decir ni buenos días, tirando del abrigo de criaturas zarandeadas y atragantadas de galletas maría, colgando las mochilas, soltando algún sopapo -Alfonsete, te la estabas ganando- y respondiendo al whatsap con los ojos encendidos por algún tipo de horror que desconozco. Solo han llegado dos minutos tarde. Hay que ser puntuales; la educación es lo primero.
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