Por qué algunos niños de hoy en día acaban siendo adolescentes problemáticos
Mucha gente se pregunta qué es lo que hace que muchos niños de hoy en día tengan un comportamiento censurable en la adolescencia. Ante esta pregunta unos dicen que es la falta de autoritarismo, otros que es el exceso de permisividad y otros (entre los que me hallo), que lo que faltan son padres que pasen tiempo con sus hijos. No es que los demás no tengan cierto grado de razón, es que se quedan en la superficie.
El autoritarismo como método educativo
Volver al modelo de educación autoritario, típico de épocas anteriores, donde los padres ejercen su autoridad porque sí, utilizando la violencia física y psicológica, los gritos, las amenazas y los castigos no es la solución, porque aunque es posible controlar los actos de los niños, consiguiendo que en el futuro sean adolescentes y adultos con un sentido de la responsabilidad tal que se considere dicha educación como un éxito relativo, muchos niños se rebelan ante lo que consideran injusto (“porque lo digo yo y punto”, “es por tu bien”, “no me contestes”, “mientras vivas bajo mi techo”), llegando a suceder precisamente aquello que se trataba evitar, que el niño acabe enfrentado a sus padres. Además, muchos (la mayoría) de los adultos que se consideran personas responsables (ejemplos del “éxito” del autoritarismo), arrastran (arrastramos) serios problemas de autoestima y de capacidad de decisión.
Cuando has crecido en un ambiente en el que tu opinión no importa demasiado, tus actos deben entrar dentro de un estrecho margen creado por tus padres y acabas haciendo sólo lo que a ellos les parece bien y desechando lo que les parece mal, cuando crees que estás haciendo algo bien y el resultado es una bronca tal que acabas asustado, arrinconado en tu habitación gestionando solo esas emociones negativas, que no sabes cómo superar, acabas por entregarte por completo al poder de tus padres diciéndoles: “Vale papá, mamá, como yo no sé, decidme cómo hacerlo. No quiero equivocarme. No quiero sufrir más”.
A partir de ese momento creces como un autómata, haciendo solo lo que los demás esperan de ti y corrigiendo en el acto aquello que ves que no va a ser bien recibido. Así el niño se hace adolescente y finalmente adulto, centrado siempre en la búsqueda constante de una referencia que le siga diciendo qué está bien y qué no. Los padres siguen siendo esa referencia (a veces incluso cuando los hijos ya no viven con ellos), lo son los profesores, lo son los jefes, lo son los compañeros de clase que ejercen de líderes de grupo (para bien o para mal) y lo son las parejas por las que van pasando, hasta que encuentran a una capaz de tomar las decisiones que estos niños (ya adultos) no saben tomar por sí mismos.
La permisividad como método educativo
Muchos adultos de hoy en día, hijos de padres autoritarios, decidieron en algún momento de su vida no repetir el modelo educativo de sus padres y dejar hacer a los niños todo aquello que ellos no pudieron hacer. Digamos que podría ser algo así como volver a vivir la vida de niño, a través de los hijos, desquitándose de todo aquello que no pudieron vivir, disfrutando la vida al máximo, sin normas, sin límites, abarcándolo todo y a todos,...
El problema es que la permisividad no es un método educativo. La permisividad absoluta es dejar a los niños a su libre albedrío, en un mundo sin normas ni valores. Eso no es educar, eso es ser un padre irresponsable y eso es jugar con fuego, porque quizás algún niño sea capaz de aprender a comportarse según algún modelo externo (que no sean sus padres), pero muchos aprenderán a hacerlo del mismo modo que sus progenitores: pasando de todo.
Así los padres consiguen que los niños antepongan sus deseos y sus necesidades siempre, incluso cuando ya no son bebés, a las de los demás. Esto no tiene por qué ser un problema per se, pues quizás la máxima aspiración de un niño sea tener comida en la mesa cuando tenga hambre, un lugar donde acudir a aprender y donde hacer amigos, un hogar en el que dormir resguardado del frío y algunos juguetes para aprender y desarrollarse. Sin embargo esto no suele ser así, y en un clima en el que los padres no respetan a sus hijos, porque no les inculcan valores (si les respetaran les educarían) los niños pueden aprender a no respetar a los demás y a utilizar las libertades, propias y ajenas, para su único beneficio.
Como veis, este modelo educativo tampoco es adecuado.
El problema es que los niños crecen “sin padres”
He dicho que lo que sucede es que lo que faltan son padres que pasen tiempo con sus hijos. Esta afirmación es reduccionista y deja de lado un problema que es mucho más amplio y que deberíamos considerar multifactorial, ya que a un niño lo educan sus padres, sus familiares directos, la televisión, los amigos, la profesora, la cajera del supermercado, el que tira un papel al suelo en medio de la calle, el amigo de papá que dice que los moros deberían quedarse en su país, el vecino que da portazos a diestro y siniestro gritando como un poseso, la madre del niño del parque que le permite pegar a tu hijo “porque son cosas de niños” y la señora que se le acerca a decirle que le va a robar a su hermanito o que se lo va a llevar secuestrado (y paro, que no acabaría nunca).
Como veis, son muchos factores, pero hay uno que sobresale entre todos, que es la falta de padres: los niños de hoy en día crecen sin padres, porque sus padres no pasan apenas tiempo con sus hijos.
Por eso digo que aquellos que abogan por el autoritarismo o que simplemente critican el modelo permisivo se quedan en la superficie. No es que los padres hagan A, B o C, es que los padres no están para educar a sus hijos.
Los padres autoritarios sí están, en cierto modo, (estos al menos les educan, a su modo, pero les educan), sin embargo los niños, como ya he dicho antes, acaban creando la distancia ellos mismos, por su propia seguridad emocional, a medida que crecen. De pequeños lo perdonan todo, pero cuando empiezan a ser más conscientes tratan de huir en cierto modo para evitar hacer algo que moleste (“si papá no me ve, difícilmente censurará lo que estoy haciendo”). Si son padres que trabajan mucho, como la mayoría, y ven poco a sus hijos, imaginad la (poca) relación. Yo, hijo de padre autoritario, recuerdo correr escaleras arriba cuando oía que venía mi padre hacia las seis de la tarde, y eso que no le había visto en todo el día. No por miedo, sino por costumbre.
Los padres permisivos no están. Estos da igual que trabajen o no trabajen, porque estén donde estén, no educan a sus hijos. Los niños, que merecen cariño, respeto y alguien que les aporte seguridad y ejemplo, acaban por hacerse a sí mismos desde la falta, desde la carencia y el resultado difícilmente sea bueno.
Finalmente quedan los padres que sí intentan educar a sus hijos, pero que por la razón que sea no están el tiempo suficiente con ellos. Ayer mismo se publicaba en los medios una noticia que decía que los padres no juegan con sus hijos porque no tienen tiempo y en diversas ocasiones hemos comentado en Bebés y más que los padres pasan menos tiempo con sus hijos del que debieran, o dicho de otro modo, los niños están menos tiempo con sus padres del que necesitan.
Esto hace que crezcan con una extraña sensación de carencia (ellos no conocen otra cosa, así que no pueden compararse) y de falta de referente, que puede afectar a su desarrollo emocional en forma de falta de autoestima.
Cuando se realizan entrevistas a niños adolescentes problemáticos, tarde o temprano se halla un problema en la relación entre padres e hijos. La falta de comunicación y la falta de confianza (herencia de la falta de tiempo compartido en la niñez) son probablemente el mayor problema. Los chicos y chicas, tras eliminar las primeras capas de rebeldía (“yo soy así y así seguiré, nunca cambiaré”) y una vez llegan a explicar lo que sienten realmente, suelen decir que “a mis padres les da igual lo que haga, como siempre”, que “mis padres nunca están en casa cuando les necesito, así que ahora no va a ser diferente” o que “a mis padres no les importo, de hecho nunca les he importado, siempre se han quejado por todo lo que he hecho, todo les parece mal”, por poner algunos ejemplos.
Esto no es matemático, por supuesto. Hay padres que con poco tiempo hacen maravillas, simplemente respetando a sus hijos y aprovechando los ratitos diarios y los fines de semana para demostrar a sus hijos que son parte activa de su mundo (del de los padres), que son importantes para ellos y que dan gracias (a Dios, al cielo o a la vida) por tenerles.
El problema es cuando los padres no están cuando trabajan y no están cuando no trabajan. Por culpa de esto muchos adolescentes de hoy andan perdidos y por eso acaban algunos siendo los llamados “ninis” (ni estudio, ni trabajo), porque rechazan todo aquello que sus padres parecen valorar más que a sus hijos (“mis padres estudiaron mucho para trabajar mucho y a mí no me hacen caso… yo no quiero esta vida”) y por eso pierden el respeto de los adultos, que creen saberlo todo y creen ser “mejores que nosotros, los jóvenes”, sin serlo realmente.
No todo está perdido
No todo está perdido, porque no todos los adolescentes se emborrachan, se drogan, se suicidan ni son delincuentes en potencia y, en cualquier caso, también muchos de los adultos responsables que cumplen cada día con sus obligaciones fueron adolescentes problemáticos.
Sin embargo sí son muchos los niños que hoy en día están más solos de lo que debieran y sí son muchos los padres que apenas comparten tiempo y diálogo con sus hijos.
Conocido el problema, se conoce la solución: más tiempo con los hijos. No todo está perdido porque los adultos tenemos en nuestras manos el futuro de nuestros hijos y, como personas responsables y experimentadas, somos capaces de buscar soluciones que beneficien a nuestros hijos.
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